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Rocódromos allí donde la superación lo es todo

Siete personas, desde ingenieros a atletas, han puesto en marcha Maika`i, una asociación deportiva que convierte muros de escalada en proyectos sociales. De momento, lo han logrado en una escuela en Uganda y en el campo de refugiados griego de Katsikas

No es escalar, es lo que significa. Nacho Blas (22 años), estudiante de Ingeniería del Medio Natural e instructor de escalada, cuenta que este deporte le ha inculcado unos valores que no cree que le aporte ningún otro. A la vez que enseña a trepar muros repletos de presas de colores colocadas de manera muy precisa en uno de esos rocódromos cubiertos que no paran de abrir en Madrid y otras ciudades españolas, sus alumnos aprenden a empatizar, a concienciarse ambientalmente y respetar el entorno natural, mientras aplauden y se alegran del logro del compañero o le animan a que lo vuelta a intentar. La escalada hace grupo, una comunidad apasionada de la roca.

No está claro si a Jorge Cagigal (24 años), estudiante de Comunicación Audiovisual y Dirección y Administración de Empresas (DAE), le seduce más la idea de montar su propia productora o escalar con sus amigos. Con uno de ellos, Ángel Paraíso, también veinteañero, técnico superior de Integración Social y adiestrador canino, en 2017 se fueron durante un mes de voluntarios con la asociación española Kelele África (@keleafrica) a Uganda, a la Kumwenya Eco School, en la pequeña comunidad de Kimya. En aquella escuela impartieron clases de educación física, además de echar una mano en lo que se terciara. Fue una experiencia que les marcó y les hizo decir en voz alta: “Vamos a hacer algo”.

Observando el auge que estaba surgiendo en torno a la escalada pensaron que podían ser parte del mismo de otra manera. Dos años después, Paraíso volvió a la misma escuela ugandesa, esta vez acompañado de Pablo Antolín (técnico superior en Animación de Actividades Físicas y Deportivas y técnico deportivo 1). Fueron con la idea de construir un muro de escalada. El primer proyecto de Maika`i, la asociación deportiva y de actividades al aire libre que lleva por nombre una palabra hawaiana que significa bienestar y que fundaron los ya mencionados Nacho Blas, Jorge Cagigal, Ángel Paraíso y Pablo Antolín, a los que hay que añadir a Sergio Pascual (INEF) y Jaime Achucarro (técnico superior en Animación de Actividades Físicas y Deportivas y Técnico Deportivo 1). A todos ellos el camino, en cierto modo, se lo ha marcado Climbaid (@climbaid), una asociación sin ánimo de lucro que desarrolla su labor solidaria a partir de la escalada, igual que lo hace la chilena Fundación Deporte Libre, que trata de introducir de la escalada entornos desfavorecidos como un medio de desarrollo individual y colectivo.

A los jóvenes de Maika`i les encanta escalar, pero en ese momento no tenían los conocimientos técnicos necesarios para montar un muro. Es ahí donde entra en juego Manolo Lli, ingeniero y arquitecto de los rocódromos de Madrid, de más de 20 años y pieza clave en el organigrama de la asociación. Como no pudo ir a Uganda tuvo que explicarles vía WhatsApp a Paraíso y a Antolín qué tenían que hacer paso a paso para levantar la pared de escalada. Contaron con la ayuda de Mugabe, un carpintero local que cortaba los listones de madera con su machete y que no sabía para qué servía lo que estaba haciendo. Cuando terminaron el trabajo, cuentan que Mugabe alucinó.

A pesar de que el muro que construyeron fue más pequeño de lo que habían pensado en un primer momento, les llamó la atención lo fácil que les resultó construirlo. Sin financiación, sin nadie detrás apoyándoles, salvo algunos rocódromos españoles que aportaron material (presas, tornillos y pies de gato), un grupo de chavales y un adulto pudieron, a su manera, poner en marcha un proyecto con una repercusión social.

Sin financiación, sin nadie detrás apoyándoles, un grupo de chavales y un adulto han puesto en marcha un proyecto con una repercusión social

Con la idea en la cabeza de construir un rocódromo cubierto, después de la experiencia en Uganda, se matricularon en un curso de emprendedores. A nivel presupuestario el nuevo proyecto se les iba de las manos, pero al tiempo, el número de seguidores en su perfil de Instagram alcanzaba el número de mil después de colgar fotos y videos de lo que habían hecho en la escuela ugandesa. A raíz de aquel proyecto la oenegé alemana Soup and Socks, que trabaja en el campo de refugiados griego de Katsikas, se puso en contacto con ellos y les comentó la posibilidad de que Maika´i construyera un rocódromo parecido al de Uganda. “Y eso mismo era lo que nosotros estábamos buscando”, cuenta Blas, en las instalaciones de la marca de escalada Mushroom Pads.

A priori, sobre el papel, tal y como lo cuenta Lli vía Zoom, desde la localidad de Ionnina (Grecia), el proyecto parece sencillo: una nave cubierta con unos paneles por dentro con presas adheridas, con espacio para hacer más actividades, además de la escalada. Aunque la financiación, el dinero siempre es un problema, el propio Lli reconoce que, esta vez, el peor enemigo ha sido la covid-19. Confinamientos y cuarentenas han retrasado el trabajo, pero no han mermado las reservas ni de ánimo ni de fuerzas de los miembros de Maika`i. Tampoco de la gente que les ha ayudado aportando material. Uno de ellos ha sido Carlos Sancho, el fundador de Mushroom Pad, quien no solo les ha forrado el rocódromo de Katsikas, también ha pagado de su bolsillo el envío de un palé con material donado por él mismo y otras empresas. Ayudar es un verbo de acción y caro. Eso lo saben muy bien los chavales de Maika`i, por eso están muy agradecidos a gente como Sanchito, a los amigos y a las familias. Estas últimas han sido las primeras en comprar esas camisetas solidarias que han puesto a la venta para recaudar fondos (están a la venta y todavía se pueden comprar), además de donar dinero en las campañas de micromecenazgos que han puesto en marcha.

Antolín cuenta que antes de llegar les dijeron que el aburrimiento era la norma en el campamento. La gente no tiene mucho que hacer, además de estar confinados. El equipo de Maika`i lo que quiere es transmitirles lo que significa la escalada y lo que les puede aportar. Un manejo de las emociones que nivel social se convierte en una potente herramienta de desarrollo personal, con una incidencia a nivel individual y colectivo. “Escalando uno se lo pasa bien y adquiere unos valores muy beneficiosos en el plano personal”, dice.

La idea era involucrar a la gente para que se sientan parte del proyecto y siga vivo, que no dependa de la presencia de Maika`i

Lli explica que el proyecto no es solo construir el rocódromo, sino quedarse un poco más de tiempo y enseñarles todo el proceso de la escalada, la filosofía que implica, además de involucrarles para que se conviertan en monitores. A diferencia de aquella pequeña comunidad de Uganda, en Katsikas, Pablo, Ángel, Sergio y Manolo, que son los que han estado en Grecia, han podido contar con la ayuda de los talleres de metalurgia y madera que ha puesto a su disposición Habibi Works (iniciativa que hace parte de ya mencionada oenegé Soup and Socks), así como de la gente que trabaja en ellos. La construcción del rocódromo ha sido una obra fruto de la colaboración de todos. La idea era involucrar a la gente para que se sientan parte del proyecto y siga vivo, que no dependa de la presencia de la gente de Maika`i.

A través de la cuenta de Instagram de la asociación se ha podido seguir el proceso de construcción del rocódromo: cada uno de los 28 días en los que han estado trabajando siempre había alguien nuevo que arrimaba el hombro. No han faltado manos para levantar el esqueleto de la bestia, que es como llaman a la estructura principal del rocódromo. Antes han tenido que nivelar el suelo, aplicar una base de hormigón sobre el mismo, fijarla, agujerear, pintar y barnizar madera, galvanizar el acero, soldar y levantar pórticos, techar la estructura y encajar los contrachapados. Cuentan que las herramientas que faltaban se las inventaba Lli. En el muro de escalada no faltan ni colores ni presas. Presas a las que desde el primer momento se han agarrado, como buenamente podían, al principio, Hassan, de 45 años, un titán le dicen (titán puede ser uno de los adjetivos que más repite un escalador), Mohamed y Jimmy, a este último se le puede ver en una historia del Instagram de Maika´i hacer fuerza con una mano en una presa y saltar a otra.

 

En una conversación posterior con Antolín, este relata que ya llevan dos semanas de clases en el rocódromo. Que hay clases mixtas, de hombres y mujeres de culturas y religiones distintas, así como clases solo de masculinas y femeninas. Con estas últimas el joven asegura también que han ido a la montaña a escalar en bloque, lo que se conoce como boulder. Con los varones han hecho escalada con cuerda, en vía. Actividad que esperan repetir pronto de manera mixta.

En el campo de refugiados de Katsika, a tres kilómetros de Ioannina, en el noroeste de Grecia, cerca de la frontera con Albania, asegura Antolín que está todo el mundo muy agradecido por lo que han hecho. Una nueva comunidad de amantes de la roca que esperan que sea, al menos, la penúltima.

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